Si Capote trabaja por mantener el pacífico devenir de la narración [¿y quién puede cuestionar que sus obras son auténticos page-turners?], podría decirse que Burroughs utiliza su oficio para todo lo contrario: fragmentar el discurso; ya sea a través de diversos puntos de vista, breves líneas descriptivas de sonoridad e imaginería hipnotizantes o notas metadiscursivas incluidas entre paréntesis. Nacido y criado en el lujo de una familia acomodada, William S. Burroughs había entablado relación con Jack Kerouac, Allen Ginsberg y Joan Vollmer Adams [su futura esposa] durante sus numerosas excursiones por los antros neoyorquinos. Fueron ellos quienes de alguna forma le motivaron para que se hiciera escritor. En 1953 [contando ya con 39 añitos] decidió probar suerte, y | |
como la mayoría de los autores novatos, utilizó la materia prima de sus experiencias personales. Lo cierto es que -a diferencia de la mayoría de los autores novatos- sus experiencias personales poco tenían que ver con cosas de este mundo. El resultado fue Junkie [Yonqui], un libro devastador sobre el consumo de drogas en todos los formatos existentes y el corrupto sistema que lo hace posible. La crítica no podía dejar pasar semejante escupitajo por alto y decidió definirlo como precursor de un nuevo género literario al que bautizó Realismo Sucio. Bueno, si había que darle algún nombre, con ése seguro no la pifiaban. Un par de años más tarde le seguiría Queer [Marica], que como su nombre indica, también habla de uno de los asuntos que más dominaba nuestro autor. Queer le salió tan despiadada y cruda que no llegó a imprimirse durante décadas.
Pero fue en Tánger [su refugio tras haber asesinado “accidentalmente” a su esposa durante un número improvisado de Guillermo Tell], donde en 1959 escribiría la famosa Naked Lunch [Almuerzo Desnudo]. Esta obra se aleja bastante de las anteriores en estilo. De hecho, Burroughs comenta en su Introducción que no tiene “un recuerdo preciso” de haber escrito las notas que la componen, y lo cierto es que la particular narrativa da fe de que el autor se ha limitado a recoger anécdotas alucinatorias por aquí y por allá y dejó que sus amigos beatniks las estructuraran en forma de pseudo-novela. El carácter fragmentario del conjunto, el salto constante entre diversos niveles de ficción y realidad, la falta de un hilo conductor y de personajes que conduzcan tramas desarrolladas [¡si hasta algunos desaparecen misteriosamente o se transforman en otros!] dotan a la obra de un aura intimista y alucinatoria que la “coloca” en dimensiones inconcebibles para la mayoría de los mortales. Temáticamente, continúa explorando el mundo de la droga y la homosexualidad mientras aprovecha para disparar críticas sardónicas contra la hipocresía de la religión, el ejército y la justicia. Sobre todo, se da un banquete con la psiquiatría y sus supuestos experimentos de “manipulación de conciencias” para obtener la obediencia absoluta. Es en este ectoplasma indefinido de actantes-actuados y figuras-fondorizadas [y ni pestañeo al decirlo] donde se revuelve David Cronenberg tan a placer para realizar la madaptación más espectacular de la historia. “El hecho mismo de que se considerase a Naked Lunch imposible de filmar” comentó en una entrevista, “significa que soy libre para inventar algo nuevo.” Sin lugar a dudas, lo demostrará con creces en nuestra cita del jueves 26. |
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