"¡¿Un ciclo sobre adaptaciones?! ¿Sabes lo que es eso?!" ha exclamado un amigo cuando le comenté los planes de mad para este año del libro. "Debes coger el original, averiguar sus fuentes y obras coetáneas, detectar las voces metalingüísticas y luego repetir todo el proceso con el adaptador para ver si es fiel al original o no. ¿Y qué hay de las notas al pie, las bibliografías, la definición de qué es fidelidad, etcétera, etcétera...?"
Queridos lectores, si vais a tomaros la cosa tan en serio como mi amigo D., permitidme comenzar por una aclaración. El original es ya una adaptación de un discurso. En realidad, ya que nos ponemos chulitos, de la ley misma que determina lo que se supone que es un discurso [leyes de género, de formato, de ética, todas las que se os ocurran]. ¿Que no digo nada nuevo? ¡Por supuesto, ése es el punto! No estoy haciendo más que adaptar lo que me ha dicho otro amigo un par de años atrás y que me pareció genial [sobre todo porque pensaba que se lo había currado todo él solito, hasta que un día mirando un espejo a sus espaldas descubrí las famosas fuentes conectadas a su nuca como serpientes de cobre, chupándole e insertándole voces metalingüísticas a velocidad supralumínica. Menudo espectáculo].
La cosa es bien simple, nuestro ciclo en Almazen no se trata del fenómeno de la adaptación sino del fenómeno de la madaptación. ¿Y qué es eso? Pues una adaptación de la palabra 'adaptación' que hace referencia a... ehm... a algo así como una obra dentro de la infinita cadena de producción de copias de copias de copias de copias de un discurso anterior y que tiene la magia de ser, a pesar de todo, única.
Bueno, he dicho anterior. En realidad es simultánea, sólo que por nuestra incapacidad de percibir esa sincronía espaciotemporal estamos obligados a hablar de un antes y un después, de una causa y un efecto. Éste es el secreto de la madaptación: causa y efecto, la fuente de inspiración y la obra inspirada son siempre copias simultáneas de un original innombrable. Para explicar mejor esta aparente paradoja permitidme traer a colación el eterno dilema de qué vino antes, si el huevo o la gallina. En términos de percepción humana está chupadísimo: el huevo, señoras y señores. Pero no es su intención pasar al "estado de gallina", sino expandirse como raza huevona por el universo y cubrirlo todo de piedrecillas de calcio. Las camas, los tejados, la tele, las zapatillas, todo lleno de triunfantes huevecillos controlando cada movimiento a su alrededor. Claro que para ello ¡necesitan de las gallinas para que los reproduzcan! ¡He ahí la treta del viejo Shakespeare!
Si el razonamiento os parece confuso es porque dejáis de lado lo más obvio: huevo y gallina, copia y original son exactamente dos estados de la misma cosa. Para construirse, Shakespeare, Polanski y Kurosawa se necesitan a la vez. Alguien dijo sabiamente "la realidad real supera nuestra capacidad de percepción del mundo mundial". Y si es verdad que la realidad imita al arte, tiene muy mal gusto, qué se le va hacer. Mejor imitarse a sí misma y dejar los huevos para los artistas, que seguro sabrán mejor dónde ponerlos.
Antes de entrar de lleno en nuestro ciclo madaptations y a modo de ilustración [¡jo, siempre soñé con decir eso!] permitidme concluir con un chiste genial de la serie "Third rock from the Sun": John Lithgow, celoso porque un escritor de renombre quiere robarle la mujer que le gusta, aparece en la presentación de su nueva novela gritando de viva voz: "¡Alto ahí! Que todos sepan que eres un farsante. Cada una de las palabras que has dicho en tu libro ya han sido publicadas". ¡Zapúm! con un gesto magnánimo apoya un libraco sobre la mesa ante la mirada atónita de la concurrencia y lo señala. Entonces, una vez concentrada toda la atención, exclama: "¡El Diccionario!".
Y lo peor de todo... ¿no es acaso el diccionario consecuencia de la literatura?
En fin, que el absurdo, la curiosidad y el humor guíen nuestro viaje por los fantásticos mundos de la madaptación. [¡Y más allaaaa!]
Nota al pie: tenedme paciencia porque no veo muy bien con las bastardillas. Quería aprovechar lo desapercibido de este espacio para deshacer referencia a los autores que he plagiado al redactar todas las líneas de este ciclo [y ellos seguro sabrán quiénes son si algún chivato tiene ganas de rosca y contactos en la SGAE]. Mi amigo D. citado arriba es sólo una copia de otro amigo que me copié de un personaje de Flaubert cuando iba al instituto. Hay ecos de Juan José Millás en cosas que me ha robado durante una conversación imaginaria mantenida en un tren. En cuanto a lo que suene coherente en los textos, podéis estar seguros de que son voces metalingüísticas ajenas a mí de las que he robado apuntes en nuestra noimprenta digital de mad bajo el hipervínculo "Gracias Google por tu infinita generosidad". Sin más, saludos desde el más allá.