Convencido de que no había nada innovador en la literatura desde 1920, Truman Capote sostenía que el periodismo era una opción válida como forma literaria, un género aún inexplorado que tenía la credibilidad de los hechos, la inmediatez del cine, la libertad de la prosa y la profundidad de la poesía. No es de extrañar entonces, que desde su primera obra mezclara experiencias personales [o referidas por fuentes directas] con personajes y hechos inventados, ligando ficción y realidad en una trama compleja de metadiscursos que a pesar de todo fluyen ininterrumpidamente hacia un objetivo común. Su estilo “periodístico” frío, imparcial y con una metódica narración cronológica de los hechos, se une a la novelización de otros espaciotiempos que -ubicados en su sitio ideal- dan al conjunto una profundidad y emotividad
admirables por su sutileza. Como si fuera un discípulo de Pudovkin, es justamente el “montaje” de la narrativa el que transmite opinión y emoción a pesar de la aparente impavidez del cronista.

En 1959 el hallazgo de los cadáveres de la familia Clutter [un agricultor, su esposa y sus dos hijos] en su casa de Kansas siembra el terror y la paranoia en todo el país. ¡¿Quién en su sano juicio pudo haber asesinado a esta familia modelo?! Capote es enviado por el periódico The New Yorker para seguir el caso. Armado con lápiz y libreta de bolsillo, entrevista a los personajes del pueblo, a los policías a cargo de la investigación y a amigos íntimos de la familia. En su particular estilo, ofrece a los lectores una reconstrucción de los últimos días de las víctimas, sus proyectos truncados, el estado y posición de sus cuerpos según los reportes forenses... Claro que esto sería sólo el principio. Cuando finalmente Dick y Perry [los “brutales” asesinos] fueron capturados, Capote comprendió de inmediato lo que debía hacer para resolver los dos enigmas que restaban en la historia [ciertamente, los más importantes]: los sucesos del trágico 14 de noviembre de 1959 y lo más incomprensible aún, el móvil del asesinato. Capote resuelve entrevistarse con los condenados, ganar su confianza y obtener una confesión. Los cinco años que demoró el sistema judicial en ahorcarles brindó al autor más de doscientas oportunidades para visitar la penitenciaría y armar pacientemente el puzzle pieza a pieza. Smith le cayó bien de entrada, Hitckock no. Smith provenía de un oscuro pasado familiar, había sido maltratado por las monjas que le cuidaban, por su padre y sus compañeros de prisión... además, se consideraba un “artista con futuro”. Capote respira al poder demostrar la premisa que le rondaba la mente: no puede culparse sólo a un sujeto por sus acciones cuando su familia y ambiente le han maltratado y abusado desde la infancia. Es la sociedad entera la que está en juicio aquí. Los Smiths, los Hitckoks y los Clutters del mundo. The New Yorker publica sus artículos en cuatro emisiones. El éxito es tan rotundo que pronto le proponen a Capote editarlo como libro. En 1965 había nacido la primera “Novela Periodística” [non-fiction novel], según el mismo autor la había definido: In Cold Blood.



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